El Femenino Sagrado y Su Cadena de Oro
por Alex Warden

Desde siempre el ser humano ha buscado y alcanzado, a través de sueños y visiones, el mensaje de una sabiduría secreta, una sabiduría a la que se tiene acceso en la mayor intimidad de uno mismo, la sabiduría del alma. El alma habla en el lenguaje sagrado femenino de los símbolos, un camino en forma de laberinto de colores, formas y sonidos…paisajes internos que nos llevan al núcleo de nosotros mismos. Y allí, en ese centro, brota el manantial de las aguas de vida, el conocimiento eterno del alma. Un sorbo de estas aguas nos nutre, purifica y renueva. 

Develar los símbolos del lenguaje femenino en los sueños y las visiones, es un camino largo y lleno de espejismos. Es así para proteger el manantial. El alma es demasiado sutil y pura, y necesita una cierta protección. Pero cuando por fin llegamos a esa fuente y bebemos de sus aguas, recibimos enseñanzas profundas que permanecen con nosotros por el resto de nuestros días y transforman nuestro entendimiento de la vida.

Fue en uno de estos viajes a las aguas del alma que recibí una enseñanza sobre la naturaleza Femenina y su cadena de oro.  

Una luz brillante apareció en mi cabeza y tuve la sensación de un movimiento lento y acuoso a mi alrededor. Gradualmente se formó la imagen de una sustancia muy sutil dorada, que cubría unas aguas cristalinas y reflejaba los suaves tonos de un arcoíris. La sustancia se dividió en lo que parecían las dos alas de un ave… y supe que eran las alas del amor. Una de las alas del amor entró en el agua y comenzó a disolverse en ella hasta que la saturó totalmente y se volvieron una sola sustancia. La otra ala, se convirtió en un velo que se expandió en todas direcciones como los rayos del sol al amanecer.

Un extremo de este velo dorado se sumergió en el agua, tomó la forma de una mano levemente cerrada y creó un nido. Dentro del nido, que poco a poco se transformó en un vientre materno, había un bebé flotando tranquilamente en las aguas impregnadas de amor… y el velo lo abrazaba y también lo formaba. 

Luego el velo del amor volvió a expandirse mientras el bebé cambiaba de posición y su cabeza se acomodaba en el canal de parto. El vientre comenzó a contraerse y el bebé comenzó a nacer. Fue entonces que vi el cuerpo desnudo de la madre. Durante el pujo, su barriga, enorme y redonda, creció y se transformó en la Tierra – la Gran Madre. También ella estaba dando a luz, trayendo vida…y su pujo era incansable, imparable.

Escuché el llanto del bebé… un llanto que era una exclamación de alegría. La luna y el sol y luego el cielo y todas sus estrellas se hicieron presentes sobre el recién nacido, recibiéndolo a este mundo.

El velo dorado rodeó a la madre y ella envolvió a su bebé en un suave abrazo. Llevó la criatura a su pecho y comenzó a amamantarla, y sus corazones empezaron a palpitar como un solo latido e irradiaron rayos de amor color rosa que iluminaron a ambos, a la criatura y a su madre.

Un momento después una punta del velo del amor se extendió una vez más acompañando el bracito del bebé, que al apoyarlo sobre el pecho de su madre, dejó ver una pulsera de oro de eslabones circulares que llevaba en su muñeca. Vi la pulsera de cerca. Al principio los eslabones se veían como arandelas huecas, pero luego, ante mis ojos, comenzaron a agrandarse una y otra vez. 

El primer eslabón era un círculo de hilo de oro muy fino con un centro completamente vacío. Pero este vacío, esta nada, poseía una intensa vivacidad; un gran poder habitaba allí. Y parte de este vacío fluyó dentro del segundo eslabón, y mientras dejaba la primera arandela y entraba en la segunda, se transformó en una catarata de amor puro, transparente e infinito. El segundo eslabón contenía este amor, un amor tan profundo que saturó cada célula de mi ser. Luego este amor se derramó en el tercer eslabón de la pulsera y dio nacimiento a otro tipo de vacío, el vacío del espacio sideral.

El espacio sideral era interminable, aún dentro de ese pequeño eslabón, y tenía una naturaleza eléctrica. Su vastedad era impresionante. Numerosas galaxias flotaban en este espacio, la Vía Láctea entre ellas. Me sentí llevada hacia un punto pequeñísimo, casi imperceptible, localizado al borde de este eslabón, en la intersección con el cuarto. A medida que me acercaba me di cuenta que ese pequeño punto era la Tierra, rotando silenciosamente en su eje, semi iluminada por el sol cercano. Y justo a su lado, el espacio sideral vertió su potente energía en la siguiente arandela, donde se convirtió en las grandes aguas de nuestro planeta. 

Este ínfimo eslabón también era inmensamente vasto. Contenía un océano de aguas claras que eran hogar de muchos seres y formas de vida. Sentí cómo este océano portaba en su líquido el poder dinámico de la nada, la cualidad infinita del amor y la energía eléctrica del espacio sideral cuando volcó sus aguas en el siguiente eslabón, un vientre materno. Allí, las aguas del océano se volvieron el líquido amniótico que rodeaba a un bebé. La criatura flotaba en esta agua como un planeta en el espacio sideral o como un pez en el océano y, la ingería, como si estuviese respirándola. 

El líquido materno se volvió un torrente cuya agua colmó el sexto eslabón donde se tornó en leche materna. Esta sustancia nutritiva, contenida en el último eslabón de la pulsera del bebé, transmitía en su dulce tibieza toda una historia del amor … y a medida que se filtraba lentamente en la nada del primer eslabón, actuaba como un puente que unía lo finito y lo infinito.